Mensaje dominical del Obispo de Irapuato Enrique Díaz. 15 de octubre de 2023

Mensaje dominical del Obispo de Irapuato Enrique Díaz. 15 de octubre de 2023

octubre 15, 2023 Desactivado Por Opinión Bajío

Quien lea con atención el canto del banquete de Isaías se quedará sorprendido por la descripción fantasiosa de una reunión de todos los pueblos para participar del banquete ofrecido por el Señor en el monte de Sión. No solamente se presentan platillos suculentos y vinos exquisitos, sino se ofrece una verdadera paz, quitar el velo de muerte y arrancar el paño de dolor que cubre el rostro de los pueblos.

El gran sueño y el gran ideal de Dios es este banquete en el que participen todos sus hijos. La condición que pone Isaías para que llegue este día de ensueño es reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros: “Aquí está nuestro Dios. Alegrémonos y gocemos con la salvación que nos trae”.

San Mateo viene a añadir nuevos matices este bello sueño. Uno de los símbolos para expresar las características del reino es el banquete y la fiesta, porque así es el evangelio: un mensaje de alegría, de fiesta y de vida. Pero la parábola presenta aspectos que a primera vista nos parecen excesivos y hasta chocan con nuestra mentalidad.

La invitación siempre deja la posibilidad de aceptarla o rechazarla, pero en la narración la negación provoca la ira del rey a tal grado que manda matar a los renuentes y quemar la ciudad.

Por otra parte, quienes la rechazan se sienten tan ofendidos por la insistencia a la invitación que dan muerte a los mensajeros. Pero es que la construcción de un nuevo mundo donde todos tengamos la posibilidad de vivir como hermanos, con dignidad y respeto, no se puede tomar a la ligera, sino que es la invitación que dará todo el sentido a nuestra propia vida y a la vida de la humanidad.

Cada vez que el hombre separa de la mesa a su hermano, se hace menos humano y también lastima a toda la persona.

No podemos negarnos, ni tampoco negar la participación a otras personas. Torcemos el proyecto de Dios y desvirtuamos el sentido de la naturaleza y del hombre.

Nos es difícil imaginar que un rey pueda mandar matar a sus invitados simplemente porque no aceptaron una invitación a la boda. No nos podemos imaginar a Dios como un rey encolerizado porque los hombres no aceptan su invitación al banquete de la vida, pero sí entendemos claramente que quienes se niegan a participar con el rey y sus hermanos en este banquete y prefieren sus intereses personales ya sean sus campos o sus negocios, van sembrando muerte y destrucción.

Esto lo podemos comprobar en todos los aspectos de la vida: siempre que alguien pone por encima su individualismo, provoca muerte y destrucción. Lo hemos visto en la destrucción y aniquilamiento que estamos haciendo de la madre tierra. Los intereses de unos cuantos pasan por encima del bienestar común.

La invitación es a personas libres

La apertura de la invitación del rey a que todos participen de la salvación parecería inaudita al pueblo israelita, pero Dios Padre abre su invitación a todos los hombres y mujeres por igual sin ninguna discriminación. El Señor Jesús viene a darnos el verdadero sentido de universalidad de todos los bienes de la creación y del plan salvador de Dios.

Toda discriminación, todo exclusivismo, todo acaparamiento, va en contra del verdadero plan de Dios que es Padre de todos.

La alusión al traje de bodas que ocasiona la expulsión de uno de los nuevos invitados ha tenido muchas explicaciones, desde la necesidad de la gracia para participar en la Eucaristía, hasta el sentido más comprometedor de una coherencia entre quienes participan en un banquete que debe ser para todos los hermanos y que no admite llevar el vestido del egoísmo y la ambición.

Quien se aísla buscando su provecho individual rompe la armonía y acaba separándose del verdadero banquete. Esta imagen del banquete universal, tan querida por Jesús, nos deja inquietos y debemos responder con sinceridad: ¿Creemos posible un mundo donde todos seamos hermanos y a nadie le falte lo necesario para una vida digna? ¿Qué estamos haciendo para lograrlo? ¿Aceptamos nosotros la invitación de Jesús? ¿Estamos dispuestos a compartir con todos los hombres y mujeres el banquete de la vida?