Mensaje dominical del Obispo de Irapuato Enrique Díaz. 29 de octubre 2023

Mensaje dominical del Obispo de Irapuato Enrique Díaz. 29 de octubre 2023

octubre 29, 2023 Desactivado Por Opinión Bajío

¿Quién no se ha hecho esta pregunta alguna vez: qué es lo más importante de la religión? Para el israelita sencillo, perdido en el laberinto de leyes y preceptos, no sería nada fácil descubrir lo más importante.

Los escribas hablaban de seiscientos trece mandamientos contenidos en la ley. Pero cuando la religión se reduce a mandamientos y leyes puede olvidarse lo más importante que es la relación con Dios y dañar gravemente a las personas. No es extraña la pregunta, lo extraño es que la haga un doctor de la ley.

Parecería que quienes menos quieren entender, son quienes más preguntan y, en este contexto de polémica, se ponen de pretexto los mandamientos para confrontarse con Jesús. El amor a Dios es inseparable del amor al prójimo. Esta es nuestra fe cristiana.

Nadie puede abusar, oprimir o ser indiferente ante el débil y pobre porque Dios está del lado del hermano.

Quizás hoy podríamos iniciar nuestra reflexión con la medida que le pone Jesús a este amor: “como a ti mismo”. No es un simple añadido, sino la verdadera fuente de donde parte el mandamiento, aunque puede entenderse de muchas formas.

El primer sentido está sugerido por palabras que en otra ocasión decía el mismo Jesús: “trata los demás como quieres que te traten a ti”, o también “no hagas al otro, lo que no quieras que te hagan a ti”. Es una fórmula muy práctica. Pensar en las diferentes situaciones en que nos hemos encontrado y cómo reaccionamos ante el trato positivo o negativo que nos dan las personas y así actuar conforme a lo que quisiéramos para nosotros.

De hecho en la primera lectura, tomada del Éxodo, se ofrecen una serie de prescripciones muy concretas para tratar al prójimo, basadas todas  en el “porque tú también estuviste en esa situación”. Así dice: “No hagas sufrir ni oprimas al extranjero… No explotes a las viudas ni a los huérfanos… Cuando prestes dinero a uno de mi pueblo, al pobre que está contigo, no te portes con él como usurero, cargándole intereses. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, devuélveselo antes de que se ponga el sol, Cuando él clame a mí, yo lo escucharé, porque yo soy misericordioso”. 

Ciertamente cambiando las condiciones, poniéndose en los zapatos del otro, mirándolo “como a ti mismo”, cambian todas las formas de ver, de pensar y de actuar.

El amor a sí mismo

En una sociedad de desiguales, amar “como te amas a ti mismo” introduce la radical exigencia de la hermandad. Es el segundo aspecto de este “como a ti mismo”, que nos obliga a colocarnos en una situación donde el amor a los demás nos hace hermanos, nos hace iguales. 

Para amar, hay que saberse amado. Este tercer aspecto lo podemos entender como una premisa. Amar “como a ti mismo”, implicaría primero amarse a uno mismo, aceptarse a uno mismo, conocerse y quererse, simplemente porque Dios nos quiere.

Dios te ama infinitamente y  ese amor, que te llena y te sacia, lo puedes derramar sobre los demás. Hay quien no se quiere a si mismo, siempre está de mal humor, siempre se enoja y de todo se fastidia… no se quiere porque no se ha reconocido amado de Dios.

Así lo que parecía primero un mandamiento: amar a Dios; y después dos: amar al prójimo; en realidad se transforma en tres mandamientos, porque también se necesita el mandamiento de amarse a uno mismo.

Amarse uno mismo no tiene el sentido egoísta e individualista que le quiere dar la actualidad. No se trata de encerrarse en sí mismo y ponerse como centro del universo, porque entonces todo se derrumba: el amor a Dios, el amor al prójimo y hasta el amor a sí  mismo que se transforma en soberbia, orgullo y desprecio a los demás.

Jesús añade un poco más porque el verdadero amor se aprende de Jesús. Antes de ser amor sacrificado, Él mismo había construido con su vida una cruz de dos maderos: uno vertical que va desde el suelo hacia el Padre; otro horizontal, el del amor a los hermanos, pero inseparablemente unidos.

Por eso se atreve a decirnos: “Ámense como yo los he amado”. ¿Cómo estamos cumpliendo el mandamiento de Jesús? ¿Cómo vivimos la experiencia del amor?